Yōkai
El hombre es sed de luz. El alma sabe
y a su manera que a expresar no acierta,
implora a la Verdad no descubierta
que en ella habita: leve, tierna clave
en donde luz y música se trabe
en unidad de Amor, herida abierta
a la Vida infinita que se inserta
en una misma sangre, dulce, suave.
Dante, Infierno, canto XXXIV
prismáticos de una tierra pura
pira helada
las palabras van al cielo
las palabas enredadas,
inútiles, sueltas y jironeadas
a c i d i a o m n i v o r a
a p e t e n c i a r e c l i n a d a
aullido que zigzaguea, ariete prismático
la torpe delicadeza, enervar los diamantes
hay un espejo donde me observo
en la geometría oscura del mediodía
me estoy cansando de mi silueta insertada
en un río sin agua
la paz de un depredador asaetado
boca arriba / boca abajo
la cueva adoratoria, el cielo prisionero
un infinito fondo blanco tras de mi
hablo de evanescencias, de inercias que dilucidan la realidad
pero no tengo nuevas emociones, ni nuevos pensamientos
me habita un deslumbramiento apenas tierno
la montaña de la cabra, la tierra arada,
todo lo mineral me evade
estriar las hojas que se levantan
una tea que gira con llamas arbóreas
el abismo que se precipita hacia arriba,
me nombro de nuevo (bilis negra)
me nombro porque necesito reconocer a alguien exento no del mundo,
sino de sus definiciones
el que acaece en sí:
antes del sentido que atraviesa,
antes de la premura de lo real,
el soliloquio del cuerpo renovado
la gravedad del bienestar, mis pies pendulan sobre textos y ventanas
acaso, una vaga correspondencia
mi propio nombre es asimétrico
A L D O
inicio, final
alfa, omega
vocal abierta, vocal redonda
y en medio, los otros,
como ramos que sostengo, mientras me afecto
me detengo a marcar con los dedos el movimiento de un eclipse
¿quién diría que alcanzar las estrellas implicaría subir sobre las tinieblas?
es lerdo compaginar la experiencia del baile y la del mundo:
bailar siempre es insinuar la incertidumbre
devoro el llanto, con mi boca, con mis oídos,
riendo a ratos en una cristalina combustión
las marcas de los espinosos nudos arrancan el viento
íconos de la materia, la perfección rota por un diminuto fruto
el contrafuerte de mi espalda está ensombrecido
a cambio, la luz me retiene viendo arriba
el sonido solemne de los árboles es el último signo de mi propia consciencia
redondo, hermético, abandonado en una rendija desbordada de oro
distinto, indefinido, el ahogo de mis rodillas: lirios marchitos
una última glosa para la percepción futura:
me he dibujado un corazón capaz de comprender
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Aldo Vicencio (Ciudad de México, 1991). Poeta y ensayista, estudió la Licenciatura en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es autor de Piel Quemada: Vicisitudes de lo Sensible (Casa Editorial Abismos, 2017), Anatolle. Danza fractal (El Ojo Ediciones, 2018) y Púlsar (Ediciones Camelot América, 2019).
Su obra ha sido publicada en diversas revistas literarias, como Punto en Línea de la UNAM y Tierra Adentro (México); Digo.Palabra.txt (Venezuela), Agradecidas Señas (Estados Unidos, México, Europa), La Ubre Amarga (Bolivia); Buenos Aires Poetry (Argentina), Santa Rabia Poetry y Kametsa (Perú); Una verdad sin alfabeto (El Salvador); Cinosargo (Chile), Low-Fi Ardentía (Puerto Rico), El pez soluble (El Salvador, Guatemala, Panamá y Costa Rica); Oculta Lit, penúltiMa y Zenda (España), entre otras. Ha sido incluido en las antologías Nueva Poesía y Narrativa Hispanoamericana (Lord Byron Ediciones, 2016), Nido de Poesía (LibrObjeto Editorial, 2018), Luces tras la cortina (Ediciones Kametsa, 2022), Poesía No Consagrada Vol. VI, (Granuja, 2021) y .Entalpía. Muestra de poesía (Primer Festival de Poetas Jóvenes: Michoacán escribe, 2022). Ha participado en diferentes festivales y coloquios sobre poesía y literatura.
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